Vivir en Quito en junio del 2022 es una pesadilla. La capital de los ecuatorianos es una ciudad triste. El verano no llega del todo y la mayor parte del tiempo hace frío. El sol sale con muchos recelos en las mañanas. El cielo azul de las fotos es, más bien, gris. Las calles, que siempre tienen huecos, ahora también son barricadas.
En el centro de la ciudad, la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie) y la Policía se enfrentan casi a diario desde el 13 de junio, cuando empezó la movilización. Huele a gas lacrimógeno por esas calles y la mayoría de los negocios ha tenido que cerrar sus puertas.
Es difícil encontrar a alguien que diga que está orgulloso de Quito sin que enseguida ponga un largo “pero”.
Los quiteños sienten que la intransigencia de unos y la incompetencia de otros empeoran sus vidas. Sienten que los dos años y pico de la pandemia no sirvieron para aprender mucho y tampoco para emprender nada.
La capital política del Ecuador está en guerra, otra vez. Los relatos de la Conaie, con su “resistencia frente al neoliberalismo”, o del gobierno de Guillermo Lasso, que se dice “víctima de un ataque de terroristas”, la han sitiado. Ambos bandos del paro preparan sus estrategias todos los días, pero las “víctimas colaterales” no saben qué va a pasar en la tarde ni mañana.
Sin esperanzas
Mientras veía en la transmisión de YouTube cómo el ministro de Gobierno, Francisco Jiménez, y el presidente de la Conaie, Leonidas Iza, se tomaban el pulso en los dos extremos de un salón de la Basílica, a Hugo Ávila se le acabó el gas del calefón.
Se levantó de la cama, miró por la ventana y un escalofrío le sacudió toda la espalda: tenía que bañarse en agua fría. Quito ha registrado en estas semanas una temperatura de más o menos 10° centígrados.
Es el décimo quinto día de protestas. Lunes 27 de junio. Iza y Jiménez protagonizan una maratónica sesión de horas. Se han preparado desde la ideología y la universidad para enfrentarse a momentos de alta tensión política. Son animales políticos, por excelencia. Sobre la mesa se juegan las demandas de la Conaie, el paro y la suerte de Lasso.
A Hugo -un escritor de guiones publicitarios, que vive en Santa Prisca, a dos cuadras de la Basílica- la impotencia le recorre todo el cuerpo. Tuvo que meterse a la ducha por partes. Primero, el brazo, luego la pierna… Despacito, aspirando todo el aire del departamento… Hasta que metió la cabeza en el chorro helado y sintió cómo una bomba de hielo le congelaba los pensamientos y le activaba la circulación adormecida por el desempleo.
No es su culpa, pero la carga como si la tuviera: un día antes pudo haber comprado el gas en $ 10 (valor original es $ 2), pero no lo hizo. Pudo haberse bañado menos seguido, pero tampoco lo hizo. Pudo haber conseguido trabajo para comprar otro tanque de repuesto, pero sus gastos se miden en centavos.
Entumido, le escribió a uno de sus amigos: “Lo único que me ha pasado en este paro ha sido que todas las posibilidades de ingresos se me cayeron o postergaron; así que no sé qué voy a dar de comer a mi familia… Es una pesadilla de mierda; no se ve que en los siguientes años o décadas vaya a cambiar algo… Apenas pueda me largo de aquí con mis peques”.
El peso y el dolor
La veci Glorita tiene su restaurante de almuerzos en La Mariscal. Es uno de los pocos que se ha mantenido abierto durante el paro. Tiene 61 años y trabaja sola para sostener a su hija universitaria.
Vive en San Marcos, en pleno centro histórico, y, como no hay buses, todos los días camina 3,5 kilómetros desde su casa hasta el restaurante. Se demora más de una hora, porque le pesa la mochila llena de cebollas, limones, papas y carne.
“Solo he cerrado dos días”, dice orgullosa. “Es que por el peso de las compras ya me duele la espalda y se me inflamaron los pies, veci”. ¿Ya fue al doctor? “Qué va, veci, no hay plata ni tiempo para eso; si aquí llego con las justas”.
Lo que sí reconoce es que el paro le ha obligado a ser más ágil. Cierra más temprano, a las 15:00, para alcanzar a treparse en unas camionetas que pasan por la avenida Diez de Agosto y la dejan “donde les da la gana, pero ya más cerca de la casa”.
¿No le da miedo caerse de la camioneta? “No. Ya soy una experta. Y es que toca, pues. Si no trabajo, veci, ¿quién me da de comer?”.
Gloria, sin embargo, dice que no atiende a todo el mundo. Cuando ve que llega gente con palos, ella les dice que los almuerzos se acabaron. O, si los alcanza a ver antes, corre a cerrar la lanfor.
En lo que va del mes no ha logrado juntar los $ 250 de arriendo del local.
Miedo
Edison y Cristina viven en una urbanización de clase media en la Mitad del Mundo y son dueños de una imprenta en la zona comercial de Quito, por el estadio Atahualpa. El lunes pasado debían llegar a su casa antes de las 17:00, para llevar a una cita médica a su hija mayor. No fue posible.
Cuando quisieron volver a casa, la avenida Manuel Córdova Galarza, la que lleva a los turistas hasta el monumento de la latitud cero, estaba bloqueada por un montículo de tierra y un singular grupo de manifestantes: no eran indígenas y, en lugar de lanzar proclamas antisistema, bailaban y brindaban con copa en mano.
Para Cristina era como si la noche del 31 de diciembre se hubiera trasladado a las tardes de junio. Nadie podía pasar.
Los reclamos de los conductores que quedaron atrapados en esa fiesta no sirvieron de nada. Los pocos policías que estaban cerca les dijeron que no podían hacer nada.
Las vías alternas estaban bloqueadas por otros manifestantes, donde sí había indígenas, pero igual no había paso. Cada uno dueño de su territorio, menos los que querían llegar a sus hogares.
“Nos tocó esperar siete horas para que nos dejen pasar. Tuvimos que darles dinero. Vimos cómo se chumaron toda la tarde. ¡Llegamos a la casa a la medianoche!”, se queja Cristina.
Pero ahí no terminó la historia. Al siguiente día, ella y su marido decidieron no ir a trabajar por miedo.
Tenían miedo de dejar a sus hijos solos en la casa, miedo de intentar el cruce y encontrarse con la misma fiesta de vándalos que había organizado su propia versión del paro para emborracharse y pedir plata, miedo de que sea cierto lo que se decía en el chat de vecinos: que hay bandas que quieren meterse al condominio.
Los vecinos tuvieron que armarse de palos. Pasaron todo el día con la adrenalina a tope. Sin embargo, fue falsa alarma. Si el día anterior tuvieron problemas para llegar a sus casas, ahora les había sido imposible salir de ellas.
Huevos caros y escasos
La votación sobre la suerte de Lasso o los intentos de diálogo en la Basílica -sin duda, decisivos para la vida del Estado- no despertaron mayor interés en el día a día del quiteño de a pie, a quien poco o nada le importa la política del poder, pero sí el incremento desmedido del costo de los víveres.
Un ejemplo es el precio de los huevos, ricos en proteínas y vitaminas. Pero sobre todo porque son el alimento fijo del menú diario.
Encontrar una cubeta de 30 huevos, que antes del paro costaba unos $ 3, es difícil. Y cuando hay llega a valer en estos días entre $ 8 y $ 10.
Alfredo ni siquiera sabía cuánto valía la cubeta. Confiesa que “uno se entera de cuánto valen las cosas solo cuando se está chiro (sin dinero)”. Así, estando chiro, es como se enteró de que el mismo billete que hace menos de un mes le permitía comprar tres cubetas, hoy le sirve solo para una.
En el mercado de Santa Clara, a pocas cuadras de la Universidad Central, Silvia tiene su puesto de jugos. Ella hace las cuentas del mes: “El costal de zanahoria que valía $ 15, ahora vale $ 70; el balde de mora, que estaba en $ 12; ahora está en $ 22; el cartón de naranjillas pasó de $ 30 a $ 55…”.
La lista se extiende. Silvia cuenta que sus compañeras del mercado ya no saben cómo mantener los precios, porque subieron el aceite, las verduras, las legumbres, las carnes… Y, por supuesto, los huevos, el símbolo de quienes quieren medir el impacto del paro en la comida diaria.
Antonio está angustiado. Para su local de comida utiliza entre 120 y 150 kilos de alas de pollo a la semana. Ya no sabe cómo solventar esa demanda. Para colmo, los platos de alitas van acompañados de zanahoria y apio. Bingo. “De verdulería en verdulería he caminado kilómetros”, dice.
El secreto del local es la mayonesa con “hierbitas”. Pero no hay ya “hierbitas” o su costo es, prácticamente, imposible. Está pensando seriamente, en cambiar de negocio, aunque no sabe a cuál ni cuándo ni cómo ni dónde ni para qué.
Percepción general
Una encuesta realizada por Cedatos el 23 de junio, cuando se cumplían 11 días de paro, revela que el 80,6 % de los ecuatorianos quiere que termine el paro. Solo dos de cada diez entrevistados dijeron que debe continuar. Los informes de la firma se van actualizando y confirman la tendencia.
Los resultados del estudio realizado por la firma son radicalmente opuestos al paro. La muestra fue tomada en 19 ciudades, en sus zonas urbanas y rurales.
- ¿Considera que son justificados los pedidos de los manifestantes? El 61,3% respondió que no; el 32,6% que sí y el 6,1% no se pronunció.
- ¿Apoya la forma en que se están desarrollando las manifestaciones? El 75,8 % dijo que no; el 20,3 %, que sí y el 3,9 % no contestó.
- ¿Por qué no apoya al paro nacional? El 31,7 % respondió que no, debido al vandalismo, el temor y la destrucción. La segunda opción, con el 29,4 % fue que hay que trabajar y superar la pandemia.
Sin embargo, esa percepción venía ya encendiendo alertas desde las semanas previas al paro. La consultora Perfiles de Opinión hizo una encuesta sobre el estado de ánimo de la población entre el 3 y el 5 de junio, una semana antes de la movilización indígena, en Quito y Guayaquil. Entrevistó a 712 personas.
- ¿Considera que el país va por el camino correcto o equivocado? Nueve de cada diez indicaron que por el equivocado.
- ¿Expectativas de la situación política en los próximos doce meses? Seis de cada diez dijeron que todo va a empeorar.
- ¿Piensa que en los próximos doce meses la delincuencia va a aumentar, va a disminuir o va a permanecer igual? 85% dijo que va a aumentar.
Para el analista Pedro Donoso, “se necesita una urgente inyección de optimismo” en la sociedad, tanto por las condiciones socioeconómicas de crisis como por el impacto de la pandemia y el paro.
A su juicio, quien está llamado a revertir este escenario es el Estado. “Las mediciones son importantes, porque con una sociedad optimista el margen de maniobra (del Gobierno) es más fácil”. Sin embargo, reconoce que ahora mismo esa tarea compleja, puesto que hay temas que no significan un cambio inmediato.
Las cámaras de la producción de la capital concentran sus exigencias en el movimiento indígena y le han exigido que levante la medida lo más pronto, no solo por las pérdidas económicas de las empresas más grandes, sino también por la crisis que atraviesan los pequeños y medianos negocios, y por los riesgos que conlleva frenar el incipiente despegue de la actividad comercial tras los momentos más duros del confinamiento por el COVID.
Frente a ese panorama negativo, el director de Cedatos, Polibio Córdova, considera que a pesar de la oscuridad sí hay luces que podrían abrir la esperanza de una mejor percepción ciudadana.
Por ejemplo, señala, en la última encuesta corrida por Cedatos ayer hay tres datos para ser más optimistas, según Córdova:
- Ha aumentado el optimismo y ha bajado el pesimismo. Al 20 de junio (octavo día de paro), el entusiasmo estaba en 24,4 % y ahora (luego del inicio de los anuncios de diálogo) vemos que está en 30,5 %. El pesimismo que estaba en 40,3 % bajó a 34,6 %. Sin embargo, el 35 % de los encuestados prefiere mantenerse a la expectativa, ni optimista ni pesimista.
- Fracaso en la destitución del presidente Lasso. El 56,8 % de ecuatorianos aprueba el revés que tuvo el intento de destitución de Guillermo Lasso en la Asamblea Nacional. El 30,1 % está en desacuerdo (es decir, quería su destitución) y el 13,1% no opina.
- ¿Cree que el Gobierno debe reiniciar los diálogos hasta que cesen las manifestaciones? El 83,6 % está de acuerdo, el 14,1 % no está de acuerdo y 2,3 % no opina.
El tiempo en contra
El optimismo de Polibio Córdova tiene como contrapartida el pesimismo y las urgencias de mucha gente a la que la vida se le ha dado la vuelta en estos 18 días de paro. El día a día sigue siendo un dolor de cabeza.
Para este artículo mucha gente compartió sus experiencias en el paro. La cantidad de dramas es infinita y las expectativas son inciertas, incluso si se pusiera fin a la medida de hecho hoy mismo. No importa si el afectado es grande o pequeño, las pérdidas se cuentan en todos lados. Se van a quedar en la memoria.
- “A mi papi le tocó salir en bicicleta desde Ibarra para entregarle el pasaporte a mi prima Grace, para que pueda viajar. Ella venía del Puyo. Se encontraron por El Quinche”. Alejandra Rivas, 40 años, Cayambe.
- “Mi gran pana, el Miguel Jiménez, tuvo que caminar nueve horas para llegar a Quito desde Ibarra. Viajó por tramos. Pudo pasar en camionetas y hasta en motos. Llegó, pero casi le pegan”. Patricio Carrera, 50 años, Quito.
- “Todo está cerrado y no he podido ir a entrenar. Solo he pasado en teletrabajo por este tema. En el sur, a mi hermano que tiene una panadería le obligaron a cerrar y a salir a las manifestaciones en los primeros días del paro”. Álvaro Aguilar, 25 años, Quito.
- “El fin de semana caminé para pasear a mi cachorro, que, por cierto, es llorón, pero tierno. En esas vi que en el lugar donde compraba un pollo entero a $ 5,6 ahora estaba en $ 8. Me puse a pensar cómo haré para que me alcance para las compras de este mes, porque, además, la funda de tomates que me vendían en $ 1 ahora cuesta $ 2 y cuando le dije ‘No, gracias’ la señora, me respondió: allá le están dando cuatro en $ 1. Le repetí ‘no gracias’”. Mishell Bastidas, 25 años, Carapungo, Quito.
- “Mi mamá en Tabacundo sin poder venir desde que empezó el paro y mi papi maneja un taxi. La dueña del carro no le ha dado el vehículo por el riesgo y va 15 días sin poder generar ingresos”. Pamela Salazar, 25 años, Quito.
- “Tenemos transporte pesado y por el paro estamos más de 15 días sin producir, ya que nos han bloqueado las vías de acceso a Quito… Nuestro temor es que nos ataquen… Para nosotros representa una gran pérdida, ya que hay que pagar sueldos, afiliaciones e insumos. Son rubros que se deben cumplir pase lo que pase”. Versión de compañía de transporte pesado, que pide anonimato.
Fuente: El Universo