Por dos días consecutivos y en al menos seis momentos, Leonidas Iza Salazar se convirtió en el relator de la historia de las 24 horas de su detención. La hizo parte del discurso con el que convoca a plegarse y sostener el paro nacional en contra de la administración de Guillermo Lasso.
El presidente de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie) fue detenido pasada la medianoche del martes 14 en el sector de Pastocalle, en Cotopaxi, cuando se cumplía el primer día del paro que él organiza.
Esa noche iba acompañado de su equipo de trabajo en una Toyota Trailblazer negra, que lo traslada de una comunidad a otra para difundir el mensaje con los motivos para protestar en contra del régimen, que no da respuesta a sus diez pedidos.
Un video divulgado por la Conaie de aquella noche mostró los forcejeos entre miembros de la Policía e Iza para obligarlo a salir del vehículo. Cuando el dirigente dejó de resistirse fue llevado hasta la Unidad de Flagrancia en Quito para esperar la audiencia de formulación de cargos, que se efectuó en la noche del martes, antes de que se cumplan las 24 horas de la detención, pero en Latacunga.
La jueza Paola Bedón, de la Unidad Penal, ordenó su inmediata liberación y dictó medidas alternativas a la prisión preventiva, mientras se lo investiga por presunta paralización de un servicio público, tipificado en el artículo 346 del Código Orgánico Integral Penal (COIP), en calidad de autor mediato.
Ese hecho exacerbó los ánimos en los manifestantes quienes advertían con radicalizar las medidas de hecho si no lo liberaban.
Y así fue. Esa noche recuperó su libertad y fue recibido por sus coidearios como un héroe. Procedió a retomar el control en la organización del paro. Tomó un micrófono y pidió mantener la lucha, que su detención no sea un motivo para abandonarla.
Él argumentaba que detenerlo fue arbitrario e ilegal, porque no le encontraron cerrando vías o quemando llantas. Al contrario, el Gobierno le tendió una “emboscada” para iniciar una persecución política en su contra.
Alardeaba ante quienes lo oían que cuando lo registraron encontraron en sus bolsillos un llavero de cinta métrica “chiquito”, $ 1,55, una moneda de dos euros y las llaves de su casa.
Que lo llevaron a Quito a la Unidad de Flagrancia, en donde por 15 horas no le dieron de comer más que un pan; luego lo trasladaron a la Escuela Militar Eloy Alfaro para en un helicóptero retornarlo a Latacunga para las diligencias judiciales y que también estuvo en la cárcel de Latacunga.
Esos mismos relatos los reprodujo la mañana del miércoles a la salida de la audiencia de habeas corpus, recurso que interpuso para obtener su libertad, pese a que fue liberado horas antes, tras la diligencia de flagrancia.
Afuera del Complejo Judicial de Latacunga sus coidearios lo abrazaban y pronunciando su nombre, lloraban de la emoción de verlo. Para tranquilizarlos, se subió al cajón de una camioneta, mientras la trailblazer tenía la puerta de atrás abierta para que un parlante reproduzca su voz.
Repitió que cuando lo detuvieron le encontraron en los bolsillos las llaves de su casa, $ 1,55, una moneda de dos euros y una cinta métrica chiquita.
Fue un “secuestro” político, con el que el Gobierno está posicionando la idea de que los indígenas son violentos y delincuentes.
Por eso los llamó a tener cuidado, que sostengan el paro sin hacer vandalismo o atentar el derecho de nadie y además que se cuiden de los infiltrados.
Esa narración la repitió también en un mensaje difundido por las redes sociales la tarde del miércoles; y entrada la noche apareció en el sector del Chasqui en Cotopaxi, desde donde dirige y monitorea las acciones encaminadas a mantener el paro en las demás provincias.
Se subió en los altos de un muro de piedra que rodea el redondel de ingreso a la provincia, parecido a un parque. Cientos de indígenas lo escucharon en silencio, reían, gritaban o aplaudían, de acuerdo con la disposición que reciban de su líder.
El rostro de Iza se perdía entre quienes lo rodeaban y las luces de las cámaras de celulares que lo grababan. Volvió a contar la historia y los hacía reír diciéndoles que algo bueno de su detención es que pudo conocer cómo es volar en un helicóptero.
Acto seguido retomó el detalle que lo encontraron con un metro chiquito (cinta métrica), $ 1,55, las llaves de su casa y una moneda de dos euros.
Los llamaba a mantener la unidad, la lucha por los diez puntos de un manifiesto que el régimen debe cumplir, de lo contrario seguirán en las calles.
Oscurecía y los manifestantes decían que debían volver a sus casas. Iza dijo que los entendía e insistió en mantener la protesta indefinida. Veía que había angustia en la gente por volver a sus comunidades, pero les pidió que eso no impida que hagan los “relevos” respectivos para proteger los bloqueos en las carreteras.
En el alrededor no se observaban policías, pero sí más de cien camiones y vehículos, y cuando la voz de Iza dejó de escucharse, encendieron sus motores y los cientos de indígenas corrieron a la vía, mientras dialogaban en kichwa decidiendo en cuál de los camiones o camionetas irían a sus comunidades.
A Quito, a Lasso, a Latacunga, a Saquisilí, era el grito de los choferes llamándolos para que se suban ‘al vuelo’ a los cajones e iniciar los recorridos y alistarse para el cuarto día de paro.
Mientras los hombres, mujeres y niños corrían, los manifestantes lanzaban en el pasto y la carretera los palos con clavos que tenían en las manos para amenazar con reventar las llantas de aquellos que se atrevieran a intentar cruzar el bloqueo…
Iza continuó su recorrido y a eso de las 22:00 volvió a pronunciar un discurso en el que retoma la historia de su detención. Pidió la unidad y evitar escuchar los “chismes de políticos”. Y que se elimine la violencia de las manifestaciones.
“Nuestra dignidad la defendemos con honra. Hemos ido a la cárcel, hemos sido secuestrados políticamente por el Gobierno, pero jamás hemos dado el brazo a torcer”, destacó Iza de su conducta.
Para él, su detención fue una “emboscada”, que lo llevó a vivir momentos de intimidación, en los que incluso temía por su vida.
Recordó que policías de varias ramas se turnaban para escoltarlo. Estaban armados y le hacían preguntas sobre su familia, dónde vive, qué hace. Molesto reseñaba que se acogió al derecho al silencio y aun así buscaban hacerlo hablar.
Este último jueves, esa narrativa perdió fuerza. En dos apariciones públicas que fueron transmitidas por la red social Facebook no recordó la historia y al contrario, se centró en definir las próximas acciones de la paralización.
Una de ellas es llegar a Quito a respaldar a los movimientos sociales que iniciaron protestas focalizadas en las calles y que se han caracterizado por enfrentamientos violentos con la Policía Nacional y el cierre de las principales vías periféricas y cierre de mercados.
El movimiento indígena se dio un plazo de 48 horas para preparar la logística y vituallas para trasladar el paro a la capital. En ese lapso esperarían que el presidente Guillermo Lasso ejecute acciones para dar cumplimiento a su agenda de diez puntos.
Fuente: El Universo